miércoles, 18 de enero de 2012

Melinda!!

- ¿Quién diablos eres? ¿Por qué me persigues? – Melinda lo miró un poco inquieta, no soportaba que la miraran de esa manera, y más aún, que la persiguieran. – No me mires así.
- ¿Cómo te miro? Sólo tengo la mirada de estar viendo el paraíso. – Alexander se rió escandalosamente.- No te voy a robar, ni nada por el estilo tranquila.
- Mira.- Melinda se paró en seco, y por primera vez lo miró a los ojos.- No sé quien eres, qué haces aquí, ni de que me conoces, pero aléjate de mi de una buena vez.
- Cafetería Good monring a las 9 de la mañana. Primero dejas tu abrigo, luego te quitas tus audífonos, y te sientas. Lo haces siempre.
- ¡Eres un sicópata! – Melinda le golpeó con su bolso tantísimas veces, que Alexander intervino cogiéndole las manos. – Suéltame.
- Sólo te advierto que te voy a enamorar, de la misma forma descarada que tú me estás enamorando con esos vaqueros apretados, y tu sonrisa tierna, pero a la vez falsa.- Alexander se le acerca un poco, y le susurra al oído.- Serás mi presa.
- ¿De que diablos hablas? – Melinda se aleja de él un poco. – Además, eso de enamorar no va conmigo, no lo conseguirás, pierdes tu tiempo. – Melinda se aleja de él y sigue caminando. Se gira y lo mira con su sonrisa dulce y a la vez falsa- Por cierto, suerte con tu próxima presa.
- Esa eres tú, así que… ¡Gracias!- Alexander se quedó viendo como se alejaba y se confundía entre las personas.- Esto apenas comienza nena, apenas comienza- dijo en voz baja.

ur face

Tras su cara seria, y su comportamiento brusco, se escondía Melinda, la chica dulce y tierna. Melinda no le gustaba mostrarse como era en realidad, muchas personas no llegaban a conocerla con profundidad. Sólo una persona llegó a tener esa suerte, pero la vida los separó trayéndole un tiempo de conflictos entre los dos, y sus caminos se separaron. Ahora ella, sigue con su táctica de no enamorarse, de no tener a nadie en su vida, y seguir preparando desayunos para dos. Duerme con un oso de peluche, pero nadie lo sabe, eso significaría, el fin de su mentira, el fin de la chica dura y fría.

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Alexander trabajaba en una tienda de discos, era la segunda que había en el pueblo de Lakeland, Florida. Era un hombre romántico, pero un poco impertinente, y confianzudo a veces. Novias había tenido pocas, y le costaba mucho establecer conversación con alguna chica. Su táctica era siempre observar, analizar y luego atacar; aunque en esta última muchas veces fracasaba. Muchas veces se daba descansos de un mes, para fijarse en otra chica. Poco a poco se iban acabando las chicas posibles, ya que era un pueblo pequeño, y muy pocas chicas de veintidós años. Ahora se había fijado en el prototipo que no iba con él, y por esa razón, mostraba más interés al momento de observarla cada mañana, cuando iba a comprar los CD’s que salían nuevos. Melinda tenía la manía de tocar todos los CD’s, le encantaba esa sensación un poco rugosa que tenían por un lado. También le encantaba tocar las teclas de los pianos de exposición, con su mano deslizándose como si tocara una tela suave. Melinda se había puesto en su camino, y Alexander no dejaría pasar la oportunidad de conquistar a una chica dura, o aparentemente así.

alex


Alexander la echaba de menos, ya no había vuelto la chica de pelo rojo, con pecas en su cara, esa chica con un tono de voz dulce fingido. Melinda, así se llamaba. ¿Se habrá ido? – pensó Alexander. Cada mañana abría su tienda, con la esperanza de verla entrar en búsqueda de un CD’s o para tocar las teclas de los pianos que al parecer no se podía permitir comprar. Desde ese día del centro comercial, cuando él le había ayudado a sacar su lata de refresco no sabía nada de ella. Alexander sabía que ella no quería volver a verlo, pero tenía la tonta esperanza que lo hubiera dicho en broma, que sólo se quería hacer la chica dura. Pero no, se equivocaba, era cierto, ella no lo quería ver. Melinda no se quería establecer relación con nadie, quería estar tranquila, no quería revivir sus heridas.

- Por los truenos de verano. Maldita máquina. – Melinda le daba pequeños patadas a la máquina de refrescos del centro comercial del pueblo. La gente que pasaba la miraba, con cara de pocos amigos, pero ella no les decía nada. Era la típica cara de “Chica, no atente contra las cosas públicas”. Ya estaba acostumbrada.
- Veo que no sólo conmigo eres violenta. – Alexander se acercó a ella, y la apartó de la máquina.- mira, deja esto en manos de profesionales. – Con un toque en la parte inferior de la máquina, la maravillosa bebida sabor a uva cayó con un ruido seco. – Ten.
- Gracias. ¿Ahora también me sigues? – Melinda dio media vuelta y se sentó en el banco que justo era el que estaba al lado de una fuente.
- No. Resulta que trabajo en esa tienda de allí.- Alexander le señala la tienda de CD’s.
- Bromeas. – Melinda se puso una mano en su boca, y comenzó a reírse. Al final no se pudo aguantar, y una sonrisa con un tono alto salió de su boca.
- Gracias por burlarte.
- No me burlo, sólo que… - Melinda volvió a mirar hacía la tienda de CD’s.- me encanta esa tienda, y nunca te había visto. Eso es que no me gustaste a primera vista.
- Que graciosas. ¿Siempre eres así?
- ¿Así cómo?
- Maleducada, y…un poco mala gente con los chicos. Llegas a la línea de cruel.
- No soy cruel. Oh bueno…- Melinda por fin se decide a abrir su lata de Fanta sabor a uva- sólo soy cruel y despiadada con los que me caen mal. ¿Y sabes? Tienes suerte.
- ¿Suerte? ¿Bromeas?
- Sí, porque me caes mal. – Melinda se alejó de Alexander y no permitió que la siguiera.
¿Qué escondes detrás de esa mascara? Piel fina, ojos de tigresa y un acento a país extranjero. Melinda se oculta, quiere pasar desapercibida en una nueva ciudad. Cada vez que pasa por el lado de alguien siente que su mirada no se separa de ella, siente que la critican y peor aún, cree que saben su secreto. Piensa en que está haciendo las cosas mal, en que huir de Lakeland, del lado de Alexander no fue su mejor opción, pero lo tenía que hacer. Aunque tampoco estaba tan lejos de allí. Enamorarse de un desconocido que se interesara en ella no estaba en sus planes, ni en los que la habían escogido. Estaba en contra del amor, y de cualquier sentimiento similar. Por eso se mostraba dura y con un leve rechazo al amor. Ya había sufrido antes, ya había soltado grandes lágrimas por una persona, no le hacía falta volver a experimentarlo. Se habían fijado precisamente en ella por eso, porque sabían que era fuerte y no tendrían problema de que se enamorara, no era una chica como las corrientes. En la vida no buscaba amor, sólo buscaba éxito en las cosas que se propusiera.

antes..

(3 años antes de conocer a Alexander….)

Por más que quisiera disimular, apartar la mirada hacía los demás. Ella sabía que sus poderes no sólo se percibían a simple vista, sino que se llegaban a sentir. Siempre que llegaba a un lugar, todas las personas sentían un frío que les recorría el cuerpo y sus manos quedaban manchadas con una ligera escarcha de colores suaves, con tonos pastel. Sus labios color rosa, se humedecían siempre por los nervios, que le hacían mover su lengua suavemente sobre ellos. Sus manos siempre guardadas en sus bolsillos de su sudadera, escondiendo esos puchos, esas uñas que se clavaban en su piel blanca como la nieve, y débil cómo el papel al contacto con el agua. Melinda no sabía muy bien que le pasaba, pero sabía que en las noches la luna la llamaba, y alcanzaba alturas que jamás habría imaginado poder alcanzar.

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Las hojas de los árboles se movían con fuerza, al compás con el viento. Melinda se rozó sus brazos en busca de un poco de calor. Su cabello un poco rojizo estaba totalmente fuera de lugar, no tenían orden alguno, ni dirección determinada. Su respiración era entrecortada, Melinda pensó que era a causa del frío, que a sus pulmones les estaba costando hacer el proceso de respiración. Con un movimiento que rozaba la rutina miró la hora, 8:45 am. Como cada mañana se disponía a ir a la misma cafetería Good monring, un sitio tranquilo en dónde ya la conocían y le tenían preparado su capuchino con doble de crema y una rebanada de pan untada con mermelada de fresa. Hacía ya dos años que estaba en Lakeland, un pueblo tranquilo pero no por ello menos concurrido, en el estado de Florida. Melinda se movía ágil, aunque en ocasiones sintiera como sus pies se estaban quedando helados y un auto reflejo le hacia caminar arrastrando levemente sus pies de talla 39. Faltaban pocos pasos para llegar a la cafetería, que para ella era un refugio que le ofrecía lo que más quería ese momento, calor y no solamente calor para ese frío que la estaba consumiendo, sino calor de hogar. Melinda se sentía sola, y le horrorizaba su futuro y el posible cambio que ya estaba teniendo en su cuerpo. Los problemas en los últimos años habían sido múltiples, y de todo tipo. Jhon aún le hacía travesuras con su mente, el acordarse de él aún le hacía sentir pequeños mareos y unas ganas de llorar. El sabor a sal en sus labios aún lo sentía, un sabor a angustia, a malestar.