miércoles, 18 de enero de 2012

Casa ajena

La casa de John se encontraba un poco aislada de las otras de alrededor, pero era la más bonita en el exterior. Sus flores del jardín hicieron sorprender un poco a Melinda que no lo veía en absoluto regar las flores cada mañana o preocuparse porque una de sus 20 flores se fuera a morir. La casa estaba casi vacía, a excepción de un mueble y un espejo en la sala. La cocina tenía cosas, pero pocas a las que tiene una cocina tradicional. Se preguntaba si eso era una especie de mal de soltero, algo que les impidiera decorar la casa dónde habitaban.


  • ¿Te gusta vivir sin casi cosas en tu casa? ¿No te parece aterrador? – Preguntó Melinda mientras giraba en círculos en el salón.
  • ¿Aterrador? Me parece encantador. No tengo obstáculos por dónde camino, puedo hacer lo que me plazca y la limpieza es más fácil.
  • Me refiero, ¿no te gustaría estar en un ambiente más agradable? – Melinda observa cómo John se quita la chaqueta y su camisa blanca mojada queda también en el tarro de ropa sucia. Su pecho era musculoso y unos cuantos pelos lo adornaban, algo que no le disgustó en absoluto a Melinda. – Olvídalo, es tu casa.
  • ¿Te presto algo para ponerte? – John se acercó con su torso desnudo a un palmo de Melinda, y por un momento parecía como si el cabello de Melinda fuera aún más rojo.
  • ¿Prestar? ¿Acaso traes muchas chicas por acá?
  • No te molestes por nada, es decir, sólo tengo ropa de mujer porque mi hermana menor suele pasar por acá con su maleta que parece para dos meses.

El tono de piel de Melinda volvió a su tono natural y bajó la guardia. Seguía contemplando sin fascinación las paredes que la envolvían, se preguntaba cómo sería la habitación de John ¿Habría cama, o sólo habría un colchón tirado? Le comenzaba a preocupar el hombre que tenía al frente suyo. El olor a mermelada de fresa era intenso, cómo si en la cocina esperara una deliciosa tarta. El olfato de Melinda se puso a alerta, tanto así que por sus movimientos en busca de dónde provenía el olor llamó la atención de John. John la miraba sonriente, como si esa reacción le resultara familiar.

  • Es mi abuela, no estamos solos – dijo John cogiéndola de la mano y haciéndola ir más deprisa de lo que sus piernas aún un poco mojadas por la lluvia, podían.

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