miércoles, 18 de enero de 2012

alone,

Y ahí estaba, tal y como sabía que estaría, sola, y viendo olas ir y venir, gente jugando con raquetas de madera, golpeando pequeñas pelotas imitando tontamente jugar al tenis con el viento en contra, toallas tiradas en una arena húmeda, viendo el voleibol otra vez estaba de moda, venta ambulante de inmigrantes orientales y ventas de refrescos más caros de lo normal, que obviamente ella no pensaba comprar.
Su pelo rojizo le caía al hombro, cosa que le resultaba un tanto incómodo. La ropa que llevaba estaba un poco pegada a su delgado cuerpo y deseaba que todos se fueran para poder meterse al mar desnuda. Le encantaba esa sensación de tener el agua acariciándole su cuerpo sin ningún impedimento, sus senos quedando al aire y la brisa de la noche estrellada haciéndola estremecer. Pero no, estaba claro que ahora no podía hacer esa clase de exhibiciones. Cogió su bolso y se dirigió a la parada de autobús. Ese día por la magia del destino o una jugarreta de su vida, el bus la dejó parada en la puerta y no le abrió. Una rabia y deseos de gritar le invadieron su cuerpo. -¿Pero ha visto eso? A pasado de mi y no ha abierto la maldita puerta- gritó a un joven indefenso de poco más de diez años de edad que esperaba el autobús. Ella un poco más relajada y avergonzada por su actitud, apostó en su mente que ese chico era la primera vez que viajaba en un transporte público. Sus piernas se movían inquietas, colgando del asiento amarillo de la parada de autobús y sostenía en sus manos sucias la tarjeta de éste un poco arrugada por sus sudadas manos. -Lo siento- le murmuró agachándose un poco para estar a la misma altura en miradas. Melinda sintió por segunda vez que alguien la ignoraba.

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