miércoles, 18 de enero de 2012

Querido, y...¡oh, no sé como decirte Jhon!

Supongo que me creí como una niña todas y cada una de tus promesas. Supongo que como un corderito que va dónde su madre, inocentemente sin dudar ni un sólo segundo fui hacía tus brazos. Lamento no haberme frenado entre tus labios y tu mentón, porque más abajo se hallaba mi perdición. Lamentablemente ahora soy yo la que llora, y probablemente la única que se atreva a hablar de esta situación. Yo te creí tus estúpidos miedos infantiles y la escusa de tener un corazón roto que le costaba amar de verdad. Te perdoné mil veces que me abrazaras por la espalada pero que no dijeras ni tan sólo un “Te quiero”. No exigía un “Te amo” porque era un paso muy grande al cuál no estabas preparado, según yo. Te perdoné que en ocasiones no me reconocieras como tu novia, pensé que tal vez querías que las cosas fueran mejor, que hubiera más meses, incluso años en nuestra relación. No sé por qué escribo una carta, no sé por qué hablo aún y pienso a la vez que escribo de un “Tú y yo”. Tal vez me equivocara al contarte mi secreto, ¡Pero maldición! ¿Tanto te costaba creerme? Tú nunca me amaste, o tal vez sólo me querías como una de esas porcelanas que se tienen sólo porque se ven bonitas y adornan bien un salón. Recuerdo esos días que te despertabas contento, alegre, y con una sonrisa me levantabas de la cama con besos y caricias, incluso en las zonas prohibidas marcadas con grados superiores a los del ambiente. Perdona si soy cobarde o tal vez sea yo la que no sepa qué es el amor. Pero creo, y probablemente sea muy directa pero ya me conoces, no quiero ofender, tú no sabes ni sabrás decir “te quiero” porque no lo sientes ni lo haz sentido por nadie. Lamento que hayas gastado años conmigo, lamento y me duele aún más que no me hayas creído. Espero que cumplas tu palabra y te marches de la ciudad y así no tengamos que vernos jamás ni te tenga que salvar la vida, una vez más…

Melinda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario