miércoles, 18 de enero de 2012

Mel

Y ahí estaba ella, sentada al borde de una piscina vacía. Sus pies se movían débilmente. Su cuerpo sentía como el aire iba invadiendo partes de su cuerpo, y como alcanzaba a rozar partes no visibles, partes cubiertas por esa diminuta ropa de elástica que cubría su cuerpo. Aún seguía dándole vueltas a sus problemas, pequeñas historias, posibles soluciones que no tenían orden alguno, que simplemente la incordiaban sin querer solucionar nada. Sus ojos le comenzaron a picar, pequeñas lágrimas se estaba abriendo camino. Con sus manos se impulsó para delante y cayó al agua fría, más fría de lo que ella se imaginaba. Cerró los ojos, y se dejó hundir. – Uno, dos…- Comenzó a contar mentalmente. Sus ojos lloraron, aunque nadie lo notaría ni siquiera ella. Tenía rabia, se sentía triste, pero allí estaba, llorando debajo del agua y olvidándose que tiene que respirar. Alguien se tiró y la cogió sin decir nada. Ella comenzó a toser y a mover sus piernas como loca.

- ¿Pero quién demonios eres? ¡Suéltame! – Dijo Melinda con una voz ahogada. – Oh, no.- Al abrir los ojos ya sabía perfectamente quién era esa persona…
- ¿Qué querías? ¿Suicidarte en una piscina pública? – Alexander la estiró al borde de la piscina – Respira venga. Aspira…
- No digas estupideces. – Melinda hizo un intento de levantarse, pero todo a su alrededor le dio vueltas. – Estoy bien, ha sido por tu culpa. Me sacaste muy deprisa.
- Ya, sí claro, como digas.
- Dime que trabajas aquí y no es porque me estés persiguiendo. – Melinda le lanzó su mirada más agresiva.
- Trabajo aquí. Por cierto, no me has dicho tu nombre. Y…. ¿Por qué despareciste?

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