miércoles, 18 de enero de 2012

Melinda..

El sol comenzaba a ocultarse entre nubes que llamaban la lluvia. El cielo estaba de un color naranja con pequeños parches grises, algo que no combinaba mucho con el bello paisaje. Las lluvias de verano eran algo que odiaba, porque siempre llegaban sin avisar.
Melinda volvió a la playa, aún sin saber cómo volver a casa. Las personas se estaban yendo, no querrían parecer palomas mojadas después de la tormenta que se avecinaba. Su tentación de bañarse desnuda en el mar cogía fuerzas al paso de los minutos. La playa se iba quedando sola, una imagen digna de un día de invierno. Se descalzó y caminó por la fresca arena. Sus dedos dejaban invadirse por una arena fina, y un poco húmeda, sus sentidos se alegraban. Sus manos se sentían violadas por el viento que corría. El viento atravesaba entre sus dedos, le acariciaba sus piernas y subía lentamente por sus rodillas. No se escuchaba nada más que el susurro del mar, los golpes contra las piedras y unas cuentas gaviotas que llamaban a una lluvia inevitable. Las tiendas costeras a la playa estaban cerrando, poco a poco se quedaba más y más sola. – Vaya cumpleaños- pensó. Aún no sabía ni como volver a casa, no tenía dinero y sólo tenía una tarjeta de autobús que en ese momento no valía mucho. Pensó en llamar a alguien, pero no quería molestar. Sus ojos se cerraban y se habrían, como queriendo despertar en otro lugar. Tal vez en uno con sol, con una playa limpia y un mar color azul cielo y cristalino.

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